martes, 9 de febrero de 2010

Piriápolis - Velero Vitòria

Una moneda de dos pesos oficiaría de juez: la cara valdría cero, la ceca uno. Quién sacará puntaje más alto, iría a Brasil con Henry.
Tira Pine... cara. Tira Charles... cara. Tira Jero... Guaaaaaaaa!!!!!!!

La mochila tenía vestigios indelebles de tierra roja. Había tenido su bautismo dos años antes, en un viaje a Misiones.
Empaqué lo que creí necesario, incluyendo ropa de abrigo y de desabrigo, y me conecté un poco a internet para contarles a mi flia y amigos que me iba. Me costó dormir por la ansiedad y el miedo de no despertarme a tiempo. Eran las 3 de la matina, y unas horas antes no tenía ni idea de todo esto. A las 8:15 de la mañana siguiente me encontraría con Pedro (el otro tripulante, brasileiro y macanudo) en la puerta del club, para de ahí salir en taxi hacia la terminal de Tres Cruces, donde nos encontraríamos con Henry.

A las 7:20, los celulares de los tres hicieron su gracia, y 7:30 me levanté y preparé mate. El tiempo no dio para tortas fritas, y 8:04 estaba del otro lado. Pedro - taxi - Tres Cruces, y no sé ni en qué pensé en el trayecto.

En la terminal nos encontramos con Henry, que me sacó en el momento el pasaje: asiento 33.
En la espera me comí un alfajor Cocolate (que me lo cobraron carísimo, obvio) y me fije en un par de mujeres más bonitas que las otras. Me sorprendió lo callados que resultaron mis compañeros. Pedro, con sus 25 años idénticos a los míos, me contó que ésta sería su segunda navegación, pero que había construído un velerito de unos 14 (o eran 17?) pies. Ciudad de origen: São Paulo (se escribe así?).

Abordamos el micro, y fue un alivio que tuviera baño, pese a que ya había ido en la terminal.
Arrancó el viaje, y dediqué una parte a dormir y a leer otro tanto. La primera vez no me había enganchado tanto, pero esta vez estaba leyendo muy placidamente "El general en su laberinto" de G.G.M.
Me desperté, y el paisaje había cambiado bastante: mar a la deracha, con pinos, y playas, cerros a la izquierda allá a mitad de camino hacia el horizonte.
Nos fuimos acercando a lo que supuse que era la parte menos despoblada de Piriápolis (me niego a usar la palabra centro para describir unas casas un poco más juntas que otras) y llegamos a la terminal. Un cuarto de cigarrillo después estabamos subidos a un remís, y $78 pesos más tarde llegábamos al puerto.

El puerto de Piriápolis... el puerto de Piriápolis! Acodado junto a un cerro, en el que unas mini-aero-sillas, unas construccioncitas bastante pintorescas y el verde se disputaban la atención, sumado a esto unas rutas invisibles desde la sub-perspectiva, que sin embargo dejaban ver camioncitos que parecían nadar entre matorrales, el purto se mostró desde el primer momento como una parada de marinos nómades transoceánicos.
En Piriápolis es frecuente que los veleros pasen a maquillarse el fondo, y en el varadero, paso obligado rumbo a las marinas, barcos oceánicos y de aspectos muuuy disímiles desndaban sus cascos y quillotes.
Henry intercambió unas palabras con una pareja de franceses que se presentaron como Christine y... su marido. Los tres hablaron cada uno en su idioma (y recién ahí noté cómo Henry hablaba todo el tiempo de "tu"), y parecían entenderse bastante bien, en lo que parecía una amistad reciente y cortés de puerto.

Abandonamos el varadero (mis ojos, detenidos en la gigantesca panza de ballena de hierro de un velero montado en palos, iban alcanzando con un poco de retraso a mis pies) e ingresamos en la marina donde un Bavaria 50 nos esperaba de proa al cemento. Nombre: Vitòria (sic, es en portugués) Bandera: inglesa.

La cubierta, de fibra de vidrio pero con grandes extensiones de madera de teca, se mostraba amplia, despejada y espaciosa. El cockpit tenía una mesa, dos timones de rueda, dos compases, estructura de inox. en popa, molinetes eléctricos, pompa y boato. Todo en un estilo a la vez ostentoso, elegante y discreto.

El interior, con sus dos camarotes de popa y sus respectivos baños, su mesa de navegación, su mesa extensible custodiada por sillones, su cocina, su televisor plano y moderno, sus terminaciones en madera aquí y allá, junto a su camarote de proa con baño en suite, y uno más chiquito que coronaba el corolario de ambientes, hacían pensar en una encarnación flotante de un coqueto departamento en Barrio Norte.

Habiéndo llevado mis cosas a mi camarote (el pequeño, obvio) Pedro y yo nos pusimos a hacer un racconto de los víveres, y el listado de los elementos faltantes para una semana de navegación.

-Latas varias (salchichas, arvejas, salsa, crema de leche)
-Sopas instantáneas
-Fideos
-Carne en putrefacción
-Huevos en dudoso estado.

En eso vino de visita Romano (o Manfredi... o fígaro... no sé, era italiano... Giacomo, ponele) y se puso a hablar con Henry mientras Pedro usaba su notebook (la de Pedro, no la de Giacomo) y yo escribía esto en mi cuadernito Gloria, antes de ir a recorrer un poco el puerto y recibir una llamada de mi amigo Joako para desearme buen viaje.

Continuará...

No hay comentarios:

Publicar un comentario