lunes, 14 de junio de 2010

La pequeña aventura de todos los dias

No había opción. Debíamos intentar cruzar hasta el muelle. De lo contrario, nos esperaba un futuro desolador a bordo. Nos abrigamos bien, nos pusimos nuestros trajes de agua, linternas, y abordamos el bote. Todavia la bajante era pronunciada, el velero estaba casi apoyado en el barro. Sólo había una chance, acercarse casi hasta el puente, por donde todavia un hilo de agua podria mantener el bote a flote, luego acercarse casi tocando fondo hasta una escollera de piedra que culminaba en un pilar, amarrar el bote y trepar hasta la cima, al nivel del muelle. Soltamos amarras, y tomamos, un remo cada uno, Javier y yo. El viento helado nos arrastraba al medio del rio, remábamos en contra,  tampoco habia que pasarse para el otro lado, de lo contrario terminaríamos encayados. La corriente era fuerte, pero pudimos llegar a las piedras. Con mucho cuidado fuimos bordeándolas, estábamos cerca. El bote rozó muy de cerca unas afiladas piedras en las que la marea rompía, salpicándonos mucho. El capitán llega a tocar la escollera, con el cabo del bote en la mano, pero la corriente aleja el bote y queda agarrado de las piedras. Ya no habia mucha profundidad, con el agua hasta las rodillas arrastra el bote bordeando el pilar. Lo amarramos bien, y trepamos hasta la cima. Ya en la superficie, algo mojados, pero satisfechos, caminamos por la escollera hacia el pueblo para cumplir con la etapa final de esta arriesgada misión: ir a comprar al chino. Como no habia nada de comida a bordo, nos aventuramos en busca de  2 paquetes de galletitas, café, un poco de pan y algo para desayunar al otro dia. La vida del marinero es asi.

1 comentario:

  1. cuantas aventuras no lo puedo creer!como se animaron para hacer esa locura para comprar en el chino! solo marineros como ustedes.

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