jueves, 24 de septiembre de 2009

Hotel Lautrèamont

Un letrero estampado en el piso me dio la bienvenida al "Hotel Lautrèamont". La luz tènue de una lámpara de pie ilumibaba las verdosas paredes de la sala, mientras un sillón de terciopelo oscuro invitaba a posarse suavemente sobre él para leer una buena novela. Colgado en la pared, a la izquierda del respaldo, un antiguo telèfono recordaba inmóvil, la vez que había sonado por última vez. Comencé a caminar y llamaron mi atención unas láminas dispuestas a modo de cuadros. Bajo descascarados empapelados arrancados con los dedos, se habrían paso misteriosas fotografías y manuscritos hallados en el hotel. Escombros, ladrillo y polvo, que alguna vez supieron ser muros y molduras, silenciosos testigos de escritores con insomnio y furtivos amantes, yacían bajo los marcos. En el centro de la sala, una vitrina resguardaba restos y objetos diversos que alguna vez habían pertenecido a los ocasionales pasajeros del hotel. Junto a un reloj devastado por el paso del tiempo, oxidadas y maltrechas manecillas detenidas para siempre (el tiempo no se perdona ni a si mismo), una vieja postal fechada en 1927 se asoma entre los escombros. Una mujer saluda afectuosamente a una amiga. La ùltima frase quedó resonando en mi cabeza como una sùplica vana: "No me dejes caer en olvido". Tal vez esa postal con un nombre garabateado en tinta azul era lo ùnico que quedaba de esa mujer, la ùnica prueba de su paso por este mundo (y en algùn momento también será polvo). Hacia el final de la sala, una cama custodiada por dos mesitas de noche, y diversos objetos reproducian una habitación del hotel. Una vieja máquina de escribir (tal vez la que Julio Cortázar utilizó para escribir `La puerta Condenada`) y una gran valija coronaban la escena otorgando al conjunto una especial mística. Sobre el respaldo de la cama, imàgenes en movimiento nos daban a conocer rincones, sombras y rostros del hotel. Una cabeza de muñeca enredada en las cuerdas de un violìn, oxidadas cañerías, pasillos polvotrientos y desnudos y fragmentos de resoluciones presidenciales para la conservaciòn del patrimonio completaban la escena. Me quedè inmóvil unos instantes en el centro de la sala, con la mirada perdida en una fotografìa en la que se adivinaba un pequeño y polvoriento recinto, pensando en el paso del tiempo y en el implacable olvido. Contradictorios sentimientos rondando en mi, caminè lentamente hacia la salida, pensando en una llave con el nùmero "33", en una estrella y un corazòn pendiendo de un hilo, en un chirriante ventilador sobre mi cabeza, en una oscura habitaciòn, de un silencioso y decadente hotel, ahora ya derrumbado y convertido en polvo.

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