miércoles, 23 de septiembre de 2009

Tambores

El rumor nos llegó de lejos, pero inconfundible. Piano, repique y chico nos llamaban con sus curtidas voces, vibrando en algún lugar de la nocturna ciudad vieja. Nos fuimos acercando guiados por el sonido cada vez más intenso hasta llegar a una intersección cualquiera, en donde una pequeña multitud rodeaba a los intérpretes del ritmo. Luego de unos breves instantes de charla nos dejamos llevar por la música y todos comenzamos a caminar siguiendo a los tambores, grappamiel en mano, y pensar que nos habían dicho…Los músicos marchaban como ejército hacia la batalla, y nosotros los acompañábamos a través de las desoladas callecitas, abrigadas apenas por la luz de algún que otro farol amarillo. Más gente se sumaba a la tropa a medida que dejábamos atrás esquinas y viejos edificios, perfumando la noche con ritmo. Entrecerré los ojos, y me dejé envolver aún más por la música. El trance se hizo más intenso, los golpes quebraban el aire, ojos en blanco, manos heridas, parches con manchas de sangre. La procesión fue haciendo temblar la tierra hasta la rambla, en donde se detuvo, y continuó agitando el aire con tambores y cuerpos danzantes, bajo la luz de un solo farol centelleante. El pulso final nos dejó sumidos en un delicioso silencio, y luego de unos fervorosos aplausos, que lo quebraron por unos instantes, desandamos camino por las solitarias calles de la ciudad vieja, llenos de vida, y con el corazón todavía latiendo al ritmo del candombe.

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