sábado, 12 de septiembre de 2009

Quedate tranquilo, yo te aviso.

Genial! El amable conductor me avisa. entonces puedo sentarme en un asiento doble del lado de la ventanilla, dejar a Libertad abrazada a un caño con su correa, y disfrutar del paisaje nocturno de Montevideo. Hacía mucho frío afuera y casi no había gente en la calles. Me acomodé y el sueño fue llegando de la mano de una versión de Ray Conniff del bolero de Ravel, dejándo mi conciencia colgando de un hilo que oscilaba pendularmente entre la vigilia y los mundos sutiles de las pompas de jabón. Salí de ese particular trance sacudido por la voz del amable conductor, que informaba habíamos llegado a destino. Al observar por las ventanillas un universo totalmente desconocido, opté por consultar para qué lado quedaba el puerto de Buceo, y su dirección me fue informada por el amable conductor, previa aclaración de que no me encontraba particularmente cerca. Bajé del colectivo y entré a caminar por una lúgubre callejuela de casas bajas. Las casas fueron mutando en ranchos a medida que avanzaba por el medio de la calle cada vez menos iluminada y casi sin darme cuenta me encontré en medio de un lodazal apenas iluminado con precarias construcciónes de chapa y madera rodeadas de montañas de basura y ladridos de perro. Haciendo la escena más surrealista, delgadas torres eléctricas de metal coronadas con luces rojas se erguian de fondo entre los desperdicios, y la luna rodeada por una blanquesina bruma parecía estar a punto de caerse del negro cielo estrellado. En ese momento, luego de lamentarme por no tener la cámara encima, decidi hacer caso omiso de la indicación del amable conductor, y buscar alguna salida de ese pintoresco lugar. Escudriñando el cielo encontré el brillante pulso blanco de una altísima antena, y decidi usarla como mi estrella azul (la cual sólo se presenta sobre el agua al parecer). Corté camino entre ladrillos, barro, chapas y maderas podridas, siempre siguiendo el destello de la antena hasta que súbitamente encontré pasto bajo mis pies y las casas bajas se trasnformaron en finas torres de apartamentos rodeados de parque. Caminé hasta una amplia calle con boulevard y divisé a lo lejos una estación de servicio. Avancé algo más tranquilo y le pregunté al llegar a unos taxistas que tomaban mate cerca de la estación, para que lado quedaba el puerto de Buceo. Luego de intercambiarse miradas de asombro, me indicaron con el dedo, al mismo tiempo me advertían de la enorme distancia que me separaba de mi querido hogar. También me hicieron notar que a esa hora y por ese lugar, yendo caminando hasta allá tenía muy pocas probabilidades de llegar entero y con todas mis pertenencias a destino. Casi como si de una orden se tratara, me enviaron a la parada de un colectivo, en la vereda de enfrente, indicándome que sería muy afortunado si lograba abordar en menos de 3 horas. No muy convencido crucé y al llegar a la parada, en un acto de rebeldia, tomé la decisión de ir caminando de todas formas (esperar es la actividad más penosa y miserable de la condición humana). Al ver mi trayectoria, gritos horrorizados me suplicaron que no continuara en esa dirección, y me sugirieron vuelva a la estación. Alli uno de los taxistas se ofrecío a llevarme hasta el centro de Pocitos, que es un barrio cercano a Buceo, para que tome un colectivo desde ahi. Luego de agradecerle infinitamente subi con él y me condujo por la zona hostil, manteniendo una agradable charla de camino. No contento con acercarme, me dejó en la mismísima puerta del club. Para agradecerle su gesto, y ya que sábía tenia numerosos nietos, decidí darle en adopción a Renni, asi que luego de una corta despedida (Cuidate loco, que estés bien, sos groso, sabélo) desprendí al peluche de mi mochila y se lo entregue al verdadero amable conductor de esta historia.

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